“Unabu” significa “luz” en la lengua embera chamí. También puede significar “luz del sol”. O “luz de la vida”. Los abuelos y las abuelas la consultan antes de tomar decisiones para su pueblo. Le piden guía para sus cultivos y cosechas. Y una vez al año dedican un día entero a danzar para celebrarla. Para ellos la luz solar es sinónimo de vida, posibilidades, prosperidad y felicidad. Alrededor de la luz la comunidad se junta. Y alrededor de la luz la comunidad se mantiene.
Por eso, cuando los abuelos y las abuelas de este pueblo decidieron cómo querían que sus comunidades fueran reparadas por las violencias que habían sufrido durante el conflicto armado, una de sus primeras peticiones fue la instalación de energía solar en sus territorios.
Los líderes Embera Chamí no fueron los únicos que pensaron de esta forma. Cinco resguardos del pueblo indígena Embera Katío, un resguardo del pueblo indígena Nasa We’sx y la comunidad de Arenillo estuvieron de acuerdo en que era fundamental, para su proceso de reparación colectiva, ser parte del programa de instalación de paneles solares en los territorios que ofrecía la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, en alianza con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ―PNUD.
Luz Dely Mayorga, vicegobernadora del resguardo La Gaitana, del Pueblo Nasa We’sx y mujer guerrera milenaria o “uuy çxaçxa”, recuerda la historia que llevó a su resguardo hacia las posibilidades de la luz.
Exiliados de sus territorios ancestrales en el Cauca, en 1982 se asentaron cientos de personas del pueblo Nasa We’sx en el municipio de Puerto Rico, a orillas del río Guayas, en el departamento de Caquetá. Y a cientos de kilómetros de sus raíces, se organizaron para no perder su cultura, sus costumbres y su lengua. Querían crear un hogar entre la espesa selva amazónica. Preservar sus tradiciones ―que son unas de las más antiguas entre los pueblos originarios de Colombia. Pero asesinaron al líder de su comunidad y, acorralados entre amenazas y estigmas, tuvieron que moverse una vez más.
En esta ocasión se desplazaron a una vereda cercana. En ella decidieron conformarse como cabildo, y plantar su autoridad y soberanía en ese nuevo territorio. Sin embargo, otra ola de violencia removió sus raíces y, en 2009, fueron forzados a salir indefinidamente del campo, y a trasladarse a la capital del departamento que los acogía: Florencia. «Dejar nuestro territorio y la vocación que tenemos con nuestra madre tierra fue muy difícil. Somos personas de la naturaleza. Del campo. Somos cultivadores. No somos personas de ciudad”, explica Luz Dely.
Viviendo sin techo, en el parque principal de Florencia, la comunidad pasó sus años más difíciles. “Estábamos en situación de desplazados. No teníamos un hogar, no teníamos alimentos, vivíamos muy mal. Hubo muchos asesinatos”.
Solo hasta 2015, cuando fueron reubicados en la vereda El Vergel, en la zona rural de Florencia, recuperaron la esperanza de salir de esa noche oscura en la que estaban viviendo. En sus nuevas tierras, vieron una oportunidad.
Para muchos pueblos indígenas ―y especialmente para los que han sido atravesados por la violencia―, la luz de la esperanza es sinónimo de territorio. Como dice Dokera Dominicó, mujer Embera Chamí: “A los territorios han llegado grupos armados y han hecho una afectación de manera negativa. Muchas veces nos han quemado nuestras casas. Nuestros cultivos. Nos han sacado de nuestro territorio, mientras todo se quema. Nuestros jóvenes, niños y niñas no crecen con nuestra cultura ni identidad. … Y cuando tú no estás en tu territorio no tienes la facilidad de curar y de sanar”.
Volver al campo, y a una tierra propia, fue el inicio de la reparación real para la comunidad del resguardo La Gaitana. Estar en su territorio les permitió empezar a sanar las consecuencias de la violencia. Y acceder a otras formas de reparación.
En 2021, habiendo identificado que el acceso al servicio de energía eléctrica era una prioridad, la comunidad decidió hacer parte del programa “Energía Solar para la Paz” de la Unidad para las Víctimas en alianza con el PNUD y la Embajada de Noruega. Durante este proceso de reparación colectiva recibieron 50 paneles solares que representan una fuente inagotable, sostenible y autónoma de abastecimiento energético. Y, gracias a esto, se abrieron todavía más oportunidades para los miembros de su territorio.
La luz eléctrica amplía las posibilidades del trabajo. Dignifica las labores de los médicos tradicionales, curanderas, autoridades espirituales, profesores y líderes comunitarios. Permite ampliar los horizontes de oportunidad de los estudiantes y jóvenes. Ayuda a refrigerar alimentos y bebidas, para que duren más tiempo. Facilita sostener círculos de palabra en las noches, para tejer la memoria. Y evita las migraciones de las comunidades a la ciudad, en busca de mejores condiciones de vida.
El acceso a la energía eléctrica permitió reparar algunos de los daños colectivos que sufrió el pueblo Nasa We’sx. Abrió oportunidades. Sueños. Y, a partir de la implementación, el resguardo, en palabras de Luz Dely, ha pedido “más atención e inversión, para que nuestros jóvenes tengan oportunidades de estudio y de empleo. Para que puedan tener la oportunidad de crecer y seguir en sus comunidades”. El camino de la reparación es largo. Los paneles han permitido alumbrar los pasos a seguir en el largo proceso de restitución, rehabilitación, satisfacción, garantías de no repetición, e indemnización política social, y económica de este pueblo.
Además del resguardo La Gaitana, el programa “Energía Solar para la Paz” también se ha implementado en los resguardos Cutí, Ciparadó, Citará, La Puria Quebrada Bonita, y Chidima Todo y Pescadito, del pueblo Embera Katío; el resguardo Honduras, del pueblo Embera Chamí; y la comunidad de Arenillo, del Valle del Cauca. En suma, ha beneficiado a cerca de 15.000 personas.
Ahora en estas ocho comunidades brilla la luz, en el día y en la noche. Y los Embera Chamí le danzan a “unabu”, mientras los Nasa We’sx guardan su cosmovisión y costumbres. Porque la luz solar mueve la vida, los cultivos y las sabidurías. Y, transformada en energía eléctrica, abre los caminos de las oportunidades. Los caminos de la paz.